miércoles, 20 de octubre de 2010

Neshama una bruja diferente 45 A

Capítulo 45 A

Yan vivió todo lo que había vivido Zev y todo lo que yo había vivido, como ocurrió cuando nos conectamos Zev y yo, aparecieron momentos que ambos habíamos olvidado. Pero nosotros también vivimos su vida.
* * * *
Yan

Sus primeros treintaicinco años fueron normales, tuvo más o menos lo que cualquiera podía desear, con el único inconveniente de que no conseguía encontrar a sus compañeros, eso lo hacía sufrir, aunque nadie lo hubiera podido saber por su comportamiento.
Vivía en una ciudad como ninguno de nosotros dos había visto jamás, llena de luz, color, donde la vida natural se dejaba sentir, donde cada casa, árbol, flor guardaba armonía entre sí.
Una cosa fue sorprendente, su pelo era total y completamente blanco, incluso cuando era niño, su melena larga, como la tenia ahora, pero de un blanco perfecto, incluso sus cejas eran blancas. Sus ojos eran azules recordaban al cielo en una mañana despejada de primavera, su mirada era inocente, jovial, curiosa y traviesa, reflejaba perfectamente su personalidad.
La personalidad de Yan, había tendido mas al estudio, la investigación y las memorias que realmente a las armas, uno de sus grandes sueños de aquella época, era convertirse en Custodio de la Memoria, eran los elfos encargados de recopilar las memorias del pueblo, almacenándolas en sus mentes, para evitar que se perdieran. Yan no tenía mucha empatía, pero en aquel tiempo tenía la suficiente como para poder formar parte de los Custodios.
Él había sido más un estudioso que un guerrero, su optimismo ayudaba a que tuviera amigos y hacerse querer por todos, siempre estaba de broma, nunca realmente se enfadaba. Su semblante era suave y hermoso, todas sus facciones estaban en armonía, no era guapo pero su faz reflejaba alegría, jovialidad y su sonrisa era radiante, su empatía aunque suave desprendía amistad y diversión. Su sonrisa conquistaba a todos los que estaban cerca de él, incluso a su padre Radin que era el más serio de sus padres.
Vimos a su madre junto con sus padres, en la biblioteca de la memoria de su ciudad, aunque no era una gran biblioteca, ellos formaban parte de los Custodios de la Memoria. Todos sus padres tenían empatía, y aunque Yan no tenía mucha empatía le encantaba pasar los días con sus padres ayudándolos a recopilar memorias del pueblo elfo.
Nos mostro los recuerdos que tenia de sus padres. Su madre Orli era alta con el pelo de color castaño claro, sus ojos verdes esmeralda le observaban siempre, ya que tenía fama de meterse en problemas por su curiosidad. Sus padres Radin y Gann eran como la noche y el día. Radin era moreno su pelo negro y sus ojos negros le hacían misterioso, sobre todo porque era muy serio, siempre estaba enfrascado en alguna investigación importante, había sido un Custodio de máximo nivel en Arlathan, pero al unirse a sus compañeros de vida, había abandonado la Gran Ciudad para ir a vivir donde realmente era feliz. Gann era justo lo contrario de Radin, su pelo era blanco y sus ojos azules, era la viva imagen de Yan, incluso en su carácter eran muy parecidos, aunque su padre era más serio o eso pretendía, pues aun siendo el máximo Custodio de la pequeña biblioteca, solía gastar bromas a todos los demás custodios y aprendices, disfrutaba la vida y hacia que el estudio pareciera muy fácil, todos sus aprendices le adoraban, nunca se tomaba nada de forma demasiado seria.
Les pudimos ver cuando Yan era muy joven casi un niño, en su casa, abrazándole incluyéndole en la unión que tenían sus padres, envolviéndole de amor y seguridad. Los tres hacían que su vida fuera muy interesante, su padre Radin le sacaba de excursión a los bosques cercanos y le explicaba la importancia de los árboles y de la tierra en la vida de los elfos. Su padre Gann solía ir con ellos, era un experto en tratar con seres que no eran elfos, él le enseño la importancia de aquellos seres que formaban parte de la esencia de los arboles, les llamaban dríades, eran seres especiales que nacían y vivían sujetas a los arboles, pero se podían comunicar a través de la tierra con otros de su misma especie. También se comunicaban con los elfos, que eran sus parientes lejanos, aunque solo se podían comunicar con aquellos que tuvieran empatía, con los demás elfos lo hacían a un nivel más básico, pero siempre tuvieron una importancia directa para el pueblo elfo y una relación de mutua confianza. También solían ir los cuatro juntos solo por el placer de pasear, le encantaba estar rodeado de sus padres.
Había tenido dos hermanos mayores, que desgraciadamente habían muerto en la primera guerra contra los humanos, sus padres tardaron mucho tiempo en reponerse de la pérdida de sus hijos, así que mimaron y consintieron a Yan, todo lo que podían. Su madre era quien más le consentía, aunque su curiosidad no paro de meterle en problemas, aun casi habiendo llegado a su rito de madurez.
Un día su ciudad fue atacada por un ejército humano, era una ciudad pequeña, con pocos habitantes. Sus padres junto con los demás Custodios organizaron la defensa de la ciudad, no tenían apenas soldados. La ciudad no tenía una fuerza armada, no era lo suficientemente importante para tenerla. Aun así se apañaron con lo poco que había, los custodios lucharon junto al resto de los habitantes, para impedir que la ciudad fuera tomada.
Su padre Radin propuso que se enviara algunos elfos a que pidieran ayuda en las demás ciudades y si con suerte conseguía alguno llegar a Arlathan dar el aviso del ataque humano, tendrían ayuda y evitarían lo que era evidente para todos, la invasión de la ciudad y la destrucción de la misma.
Consiguieron que salieran del bloqueo creado por los humanos, diez elfos voluntarios para avisar a las demás comunidades elfas, pero tenían pocas posibilidades de lograr sus objetivos. Fueron capturados y sus cuerpos descuartizados, fueron expuestos a las puertas de la ciudad.
Mirando los cuerpos de sus vecinos descuartizados, Yan al igual que los defensores de la ciudad sintieron que era un presagio de lo que les esperaba. Esa fue la razón de que se hicieran la promesa de no entregar la ciudad, debían resistir hasta el final, aunque estaba claro que el final serian sus muertes.
Yan se había dedicado a cuidar de los heridos, ya que contaba con muy poca magia para poder ayudar en la defensa y apenas sabía como luchar con una espada, sus padres siempre le habían alentado al estudio, nunca a la lucha armada, sobre todo porque sus padres recordaban demasiado bien lo que había sucedido con sus hermanos. La comunidad elfa de esa ciudad siempre había sido un remanso de estudio, nunca se habían esperado un ataque por parte de los humanos, no era una ciudad demasiado importante, como para que fuera un interés estratégico.
Muy poco antes de que llegara la hora oscura para la pequeña ciudad, su padre Gann fue herido de gravedad. Yan que había estado trabajando en el hospital de la ciudad, cuidando de los heridos y moribundos, cuando lo vio llegar a su padre Radin con su otro padre Gann en brazos. Los elfos empáticos sanadores que habían vivido en la ciudad, habían ido muriendo en los días de contienda que habían tenido. Por esa razón solo les quedo la magia sanadora que aun que potente, nunca podría llegar a compararse con la empatía sanadora, pero su padre Gann necesitaba urgentemente sanación empática, aunque todo lo que les quedaba era la magia.
Su madre llego poco tiempo después, los tres junto a Gann que agonizaba, su padre Radin y su madre intentaron sanarlo con magia, los dos estaban agotados, pero aun así hicieron todo lo posible por sanar a Gann, hasta que se dieron cuenta que no lo conseguirían. Estaban sentados junto al cuerpo herido de su padre y su compañero Gann, cuando este comenzó hablar en un susurro apenas audible.
-- Radin Orli siento que he llegado al final de mi vida, os amo lo sabéis, no quisiera que me siguierais, Yan aun os necesita. Yan…
-- No te esfuerces Gann, no hables – escuchamos decir a Radin todas sus palabras destilaban dolor, pero su semblante estaba impasible -. Estamos todos contigo. No sientas que nos has fallado, lucha amor, quédate con nosotros.
Su madre apenas podía hablar las lágrimas le cerraba la garganta, estaba recostada en el pecho de Gann, mientras sujetaba las manos de sus dos compañeros.
Yan que estaba sentado junto a ellos, se sentía impotente ante la evidente muerte de su padre Gann, quería hacer algo, quería servir para algo. Sus ojos derramaban lágrimas pero sus labios seguían sellados, Yan estaba encerrando todo su dolor dentro de su propio cuerpo, al igual que su padre Radin, no exteriorizaba su pena, sino que la encerraba dentro de sí mismo.
Por eso ninguno de ellos se dio cuenta, cuando los humanos entraron en la sala donde estaban sus padres y Yan. Los humanos no se lo pensaron mucho, asesinaron a todos los que estaban en las camas heridos. Mientras él y sus padres contemplaban la masacre, horrorizados al ver el comportamiento de los humanos. Cuando estos llegaron hasta donde estaban ellos, su padre Radin interpuso su cuerpo cubriendo a su madre y a Yan, intentando protegerlos, su padre Gann hacia poco tiempo que había muerto. Aun así seguía sujetando la mano de su compañero, cuando le atravesaron con varias espadas, hiriéndolo de muerte, su cuerpo cayó junto al cuerpo muerto de su compañero Gann.
Su madre quedó paralizada al ver morir a sus dos compañeros, se aferro al cuerpo de Gann mientras contemplaba a su otro compañero caer herido de muerte sobre Gann, su cara perdía todo el color que hasta ese momento había tenido. Por eso cuando los humanos la agarraron y la desnudaron arrancándola las ropas de su cuerpo, no era ya ella, solo parecía una muñeca de trapo, bamboleada por las manos humanas.
La tiraron contra los cuerpos de sus compañeros y comenzaron a violarla, al sentir las manos de los humanos en su cuerpo, intento luchar, reacciono para quitarse a los agresores de encima, pero eran demasiados y ella sola no podía, en el último instante, su padre Radin que no estaba muerto aunque si agonizando, la sujeto de la mano y la trajo hacia él, mirándose a los ojos se besaron intensamente, mientras el cuerpo de Orli se relajaba y dejaba de luchar. Los humanos se rieron del beso de sus padres, menospreciando el amor que ellos tres se habían profesado, llamándoles pervertidos y perros, mientras los padres de Yan dejaban de respirar muriendo. Aun así siguieron violando el cadáver de la madre de Yan, hasta que uno de ellos que parecía el jefe, dijo que estaba muerta. Entonces con la frustración que les habían producido sus padres se giraron a donde habían sujetado a Yan.
Cuando Yan vio que habían atacado a su padre Radin, se lanzo contra los humanos sin ningún tipo de armas, solo con sus puños y una fría determinación, consiguió quitar una espada a uno de los humanos que estaba más cerca, pero eran demasiados para él y su pobres conocimientos de lucha. Al final terminaron abatiendo y dejándolo de espectador a lo que acontecía sus padres, lucho con toda la fuerza y la determinación de su joven cuerpo, intentando llegar a alcanzar a su madre y a sus padres, pero le aferraban forzándolo a mirar, incluso cuando intento cerrar los ojos no le dejaron.
Yan sintió las mentes de sus padres por última vez, les escucho hablar telepáticamente con él. En último instante de sus vidas, sus padres le entregaron sus memorias. Después le dijeron “Cuanto le amaban envolviéndole en el amor que siempre habían tenido por él, su padre Radin le pidió perdón por haberle dejado, su madre también quería quedarse con él, fue su padre Gann quien le hizo jurar que viviría, que viviría a pesar de todo lo que los humanos le hubieran hecho o le hicieran, su padre bromista y alegre, el padre que adoraba la vida y la alegría, fue el más serio de los tres y el mas firme, quería que viviera su vida y que luchara contra los humanos. Después sintió el amor de todos ellos envolviéndole, acariciándole en una despedida final”. Posteriormente descendió el vacio y la soledad en su corazón, su alma estaba herida de muerte.
Mientras sentía que su alma moría, los humanos le habían desnudado y los que no habían conseguido violar a su madre, lo golpearon brutalmente hasta casi la inconsciente a partir de ahí, le violaron todos los que no habían conseguido violar a su madre, mientras él se arrastraba por el suelo intentando alcanzar los cuerpos sin vida de sus padres.
Una vez que terminaron de saciar sus ansias de humillarlo y violarlo, lo arrastraron a las afueras de la ciudad donde habían improvisado una empalizada, lo tiraron dentro al barro donde hacia frio y todo estaba cubierto de hielo, allí habían encerrado a los pocos supervivientes.
Yan apenas llego consciente, su cuerpo estaba herido en muchos sitios, pero la peor herida la tenía en su corazón. Su mano aferraba la gema que su madre le había dado segundos antes de que los humanos llegaran hasta ellos, mientras acariciaba la gema, sintiendo a sus padres en ella, sus ojos lloraban pero su dolor se encerraba en su alma, fundiéndose con ella, cerrando su carácter. Hubiera querido abrazarlos sentirlos aunque fuera por última vez, pero se habían ido, ya no quedaba nada para él, su padre Gann le había hecho jurar que viviría, pero no se sentía con ganas de vivir, sentía que estaba muerto a pesar de su juramento a su padre, deseaba haber seguido sus pasos.
Miro a su alrededor los humanos solo habían dejado a los elfos más jóvenes, tanto elfas como elfos, todos mostraban señales de haber sido violados y muchos estaban agonizando tirados en el suelo embarrado donde los habían dejado. Los que estaban en mejores condiciones intentaron ayudar a los que estaban agonizando, pero sin magia sanadora era difícil hacer algo más, que estar ahí hasta que partieran.
Se le acerco una elfa empática sanadora, era muy joven casi una niña solo había sido una aprendiza, ella estaba herida en muchísimos sitios, aun así aguantaba intentando ayudar a todos los que podía, cuando llego a su lado, le dijo.
-- Apenas tengo fuerzas ya para seguir sanando, tú eres el último al que conseguiré sanar. Haz que haya valido la pena. – esta última frase se la dijo mirándole a los ojos.
Le impuso las manos cerca de la cara, mientras Yan negaba con la cabeza, no quería ser sanado, no quería vivir. Pero sintió la sanación que la elfa le había proporcionado, después ella perdió el conocimiento dejando de respirar poco tiempo después.
La muerte de la elfa y la de sus padres termino por sentenciar a muerte a su personalidad. El muchacho jovial, optimista y bromista había muerto, su cara se ensombreció, sus ojos se apagaron, su sonrisa desapareció durante muchísimo tiempo.
Durante días los tuvieron encerrados, una o dos veces por día los humanos iban a llevarse a uno o dos elfos, daba igual elfos o elfas, a veces se llevaban a una elfa y a un elfo o dos elfos o dos elfas, cuando los volvían a traer eran despojos de lo que habían sido, muriendo a las pocas horas de su vuelta, sin poder contar lo que les hacían, aunque también ocurría que no volvieran a ver a los que se llevaban.
Yan llego a la conclusión que no tenía sentido seguir esperando a la muerte, sin oponer ninguna resistencia, al segundo día propuso intentar una huida, era preferible morir luchando que quedarse allí. Muchos estuvieron de acuerdo, algunos otros tuvieron miedo y querían que no hicieran nada, al final prevaleció lo que Yan había propuesto, intentar una huida desesperada, sabían que muy pocos lo conseguirían realmente, pero no había otra opción de quedarse morirían todos.
Lo planearon todo lo mejor posible y lo llevaron a término. La siguiente vez que fueron a buscar más elfos para sus misteriosos métodos, todos los que se sentían fuertes se lanzaron contra los humanos que entraron, consiguiendo abrir una apertura entre ellos para aprovecharla y huir. Corrieron todo lo que pudieron hasta alcanzar los bosques cercanos a lo que había sido su ciudad, fueron pocos los que lograron llegar a la espesura del bosque.
Yan que había sido uno de los pocos afortunados en la fuga, tomo el liderazgo del grupo, gracias a los conocimientos que sus padres le habían enseñado y le habían transmitido supo cómo llevar a sus compañeros de fuga hasta la seguridad de la Gran ciudad de Arlathan. Tardaron muchos días incluso semanas en poder alcanzar a ver las murallas de la gran ciudad, caminaron apenas sin dormir ni descansar, comiendo raíces y bayas que Yan conocía por los conocimientos que sus padres le habían enseñado, sirviéndose de los ojos de los animales y usando un extraño lenguaje supo la distancia que tenían que recorrer y si iban en la dirección correcta, lenguaje que su padre Gann le había enseñado. Consiguieron llegar a su objetivo gracias a todos los años pasados con sus padres en los bosques.
Los centinelas que había en las grandes puertas de la ciudad los vieron llegar sin dar crédito a lo que sus ojos les decían. Eran un grupo de elfos todos heridos y algunos apenas conseguían caminar, aun así con la resolución de llegar a la ciudad eran transportados por sus compañeros. Todos los centinelas que estaban de guardia aquella noche y los que estaban cerca, fueron corriendo ayudarlos.
Los Custodios de la Gran Biblioteca de la ciudad fueron al hospital a visitar a los huidos, donde los habían dejado los centinelas, para que los sanaran. Entre los Custodios que fueron, uno de los Custodios fue a ver a Yan y estuvo hablando con él, hablaron de todo lo ocurrido en su ciudad, Yan que era uno de los elfos más mayores que había sobrevivido a la masacre, le explico lo que había ocurrido. El Custodio tomo para sí y para guardar las memorias de sus padres, aunque no las despojo de Yan, él seguiría recordando siempre todo sobre ellos, siempre que él quisiese recordar. Yan lo que quería era el olvido, para no tener pesadillas y para poder respirar sin sentirse culpable por estar vivo.
Ese mismo elfo le hablo del ejército que se estaba formando, pero le dijo que también sería de gran ayuda si decidía ir a la Gran Biblioteca, ya que sus padres habían sido los tres Custodios y había sido aprendiz de custodio. Yan se negó a unirse a los Custodios y se fue al campamento del ejército que se estaba formando, uniéndose a él en cuerpo y alma.
A partir de entonces su vida cambio radicalmente, se unió al ejercito, entregándose en cuerpo y alma a la defensa de su raza, pasaba todo el tiempo entrenándose, cuando su cuerpo estaba demasiado cansado para seguir entrenándose, su mente le mostraba a sus padres muertos y su juramento, eso le daba fuerzas para continuar entrenándose, incluso sus superiores le tuvieron que prohibir que entrenara tanto tiempo seguido. Su semblante y su carácter se fueron volviendo cada vez más duros, hasta convertirse en las facciones que tenia hoy. La mirada de sus hermosos ojos azules, que recordaba el cielo de primavera, se transformo en una mirada fría y gris, donde solo existía el dolor y la muerte.
Cuando partió a la guerra apenas estaba preparado, pero no importaba, deseaba luchar, quería sentir la sangre de los humanos corriendo por sus armas. Durante esa guerra una de las primeras que habíamos tenido contra los humanos. Su valor y heroísmo le fueron haciendo subir en el escalafón del ejército, hasta convertirse en uno de los comandantes de las unidades elficas.
En cierta manera me recordó a Zev. Yan definitivamente en aquella guerra busco la muerte, busco el olvido de las imágenes que se le reproducían constantemente en su memoria, quería olvidar y la única manera era muriendo. Se auto reprochaba el haber sobrevivido a sus padres, el haber dejado que los asesinaran, mientras él siguió vivo. No podía cerrar sus ojos por que cuando lo hacía, las imágenes de la violación de su madre y el último beso de sus padres se repetían en su mente, mientras escuchaba de fondo las carcajadas de los humanos.
Cada día que pasaba se encerraba más y mas en su interior, no tenía amigos, ni amantes, no hablaba con nadie, se hundía dentro de sí mismo, sin que le importara.
Esa guerra término tras cincuenta largos años de contienda, los elfos conseguimos recuperar los territorios que habíamos perdido. Pero Yan no recupero la sonrisa, fue algunos años después de esa guerra que conoció al compañero de Ort y al que sería su mejor amigo.
Aunque la guerra había terminado, él siguió en el ejército que se había formado y que ahora ya los ancianos no tenían intención de disolver, pues se habían dado cuenta que solo era una tregua, que los humanos volverían a intentar hacerse con el “poder de la inmortalidad y de la magia”. Yan como comandante de treinta unidades de soldados, siguió entrenándolos y haciéndolos cada día más fuertes.
Su semblante marcado con nuevas cicatrices era todo ángulos duros y pronunciados, había perdido la suavidad de sus facciones haciéndolas duras, su pelo blanco y largo lo llevaba como ahora en una trenza gruesa que le caía por la espalda, después giraba en su cuello y terminaba en su pecho, si le mirabas bien te dabas cuenta que nada en él era cuidado, solo dejado de forma que no le molestara a la hora de luchar. Su boca había adquirido un rictus de tristeza, no había ni asomo de una sonrisa, sus ojos miraban desde un vacio gris frio e insondable, en los que no cabían nada más que la muerte.
Un día mientras paseaba por la ciudad de Arlathan vio la gran biblioteca del saber, el lugar donde los ancianos intercambiaban sus memorias, para que estas no se olvidaran. Yan había amado el estudio y la contemplación, pero ahora se sentía intimidado por la biblioteca, sentía que ya no era su sitio.
La biblioteca también le traía a la memoria los años felices vividos con sus padres, las imágenes de ellos enseñándole, mostrándole todos los mundos que tenía a su alcance para conocer, su padre Radin mostrándole sus investigaciones, él corriendo por las salas donde estaban los custodios y sus pergaminos, buscando la información que su padre Radin le había pedido. O ayudando a su madre a emparejar memorias y preservarlas en pergaminos o en la memoria de otros custodios. Con su padre Gann gastando bromas a sus compañeros aprendices, incluso bromas a sus otros padres, o asistiendo a las clases que daba su padre Gann y que sus aprendices consideraban un gran maestro, pues por complicado que fuera el tema él conseguía que todos se sintieran involucrados e interesados.
El Yan de aquella época se hubiera sentido encantado de estar en esta misma plaza frente a esta gran maravilla del saber. Pero todo aquello había muerto, muerto por una fría mano humana que había terminado con la vida de sus padres y con su alma.
Cerró los ojos para olvidar las imágenes gratas de su mente, pues su corazón seguía vacio, aunque no pudo reprimir una lágrima que asomo a sus ojos, como el último vestigio de quien fue. Se fijo en la empuñadura de su espada, que sobresalía lo suficiente, como para ser usada en el acto, y se dio cuenta que había cambiado tanto, que ya no tenía un lugar en aquel recinto, donde había soñado tantas veces en convertirse en uno de los custodios de las memorias.
Cuando se iba a marchar vio a un elfo muy alto con el pelo negro como la noche acercársele, llevaba el pelo muy largo y suelto, su porte y sus movimientos eran los de un guerrero, pero vestía las ropas de los custodios, algo que sorprendió a Yan. Al acercarse a Yan, este vio que portaba la insignia de uno de las más respetados custodios, no comprendió como era posible que pudiera ser un custodio del máximo nivel y a la vez tener todo el porte de un guerrero, quedo tan sorprendido por su persona que ni se dio cuenta cuando este le hablo.
-- Saludos compañero, mi nombre es Bhalam Kitxe, pareces algo perdido, ¿te puedo ayudar?
Yan que no había sido capaz de quitar sus ojos de su persona se fijo en que sus ojos eran de un suave color violeta, un color muy extraño incluso entre los elfos. Las facciones de su cara eran totalmente armónicas y muy bellas, el color de su piel era oscuro. El conjunto le convertían en el elfo más guapo que había visto en mi vida y en la vida de Yan y Zev. Yan apenas había prestado atención a lo que le había dicho el elfo, aun así le respondió a la defensiva.
-- Estoy fuera de toda ayuda posible, no la quiero ni la necesito. Siento haberte perturbado, tengo que volver al campamento de entrenamiento.
-- ¿Estás seguro que no quieres un amigo?
-- No quiero a nadie a mi lado y si estoy totalmente seguro. No necesito nada de nadie.
-- Pues yo diría compañero, que estas pidiendo a gritos que alguien te escuche. Pero como quieras no pretendo ofenderte, solo dime tu nombre, aunque sea solo por cortesía al haberte dicho el mío.
-- ¿Quieres mi nombre? Me llamo Yan. ¿Ahora me puedo ir?
-- Así simple, sin nombre de familia, solo Yan. Está bien Yan, si algún día vuelves por aquí y te apetece que tomemos una infusión, estas invitado a visitarme, si lo deseas.
-- Tú y yo no somos de la misma clase, no tenemos nada que decirnos. No vendré a verte. Que pases un buen día.
-- Si, si que volverás a verme Yan.
Yan ya le había dado la espalda y se marcho, aunque en su cerebro seguían rebotando las últimas palabras del extraño elfo que se había encontrado. ¿Y él qué demonios sabía lo que necesitaba? No necesitaba nada de nadie. No quería a nadie a su lado, ni tan siquiera a sus compañeros de vida, si es que existieron alguna vez, ahora estaban muertos… muertos como toda su ciudad, muertos como toda su familia, ya no quedaba ningún lugar al que llamar hogar, nadie a quien recordar o que le recordara. Solo quedaban las espadas, la sangre, la muerte y las guerras, si tenía suficiente suerte moriría en la próxima contienda, y dejaría de recordar.
No volvió a la gran biblioteca del saber, nunca regreso allí.
Pasaron veinte años y volvió la guerra, como los ancianos habían predicho, solo había sido una tregua, nunca realmente había existido paz entre los humanos y los elfos, solo un continuo tira y afloja. Ahora volvían a estar en guerra, Yan iba a la cabeza de sus unidades, jamás mandaba hacer nada que él no estuviera dispuesto hacer o que él no realizara primero. Incluso se disfrazaba y se mezclaba con los guerreros jóvenes, comía con ellos y dormía con ellos, se sabía la mayoría de los nombres de sus guerreros, sabía sus flaquezas y sus fortalezas, quien servía para hacer ciertas cosas y quién no. Pero nunca iba con nadie, nadie le conocía amigo alguno, ni compañeros, ni amantes, era “La Sombra Blanca”, así lo habían apodado sus guerreros.
Durante los muchos años que duro la guerra no regreso a la ciudad de Arlathan. Aun así jamás pudo olvidar los ojos de aquel extraño elfo, así como tampoco sus últimas palabras, a veces se preguntaba, ¿Cómo hubiera sido volver a tener un amigo? ¿Cómo sería volver a soñar sin tener pesadillas? Hablar con alguien, aunque fuera solo de tonterías. Pero cuando caía en ese estado depresivo, solía coger sus armas y se iba al campo de entrenamiento, se pasaba horas luchando contra sus demonios internos. Cuando conseguía estar totalmente agotado físicamente, su mente dejaba de hacer las preguntas indebidas y de desear aquello que no debía de ser. No tenía más que mirar al campo de batalla después de la contienda, para recordarle porque no quería a nadie en su vida, porque estaba mejor solo. Lo único que sentía, era no haber caído, ¿Por qué él no había muerto? mientras tantos y tantos elfos mucho mejores que él, regaban los campos con su sangre, vertían sus vidas en una guerra en la que no podían ganar.
Si era verdad que los elfos tenían más resistencia, se curaban antes y eran más difíciles de matar que los humanos, pero nosotros no teníamos tantos hijos, nuestra naturaleza nos había fortalecido por un lado pero debilitado por otro. Solo los que estaban unidos en las uniones verdaderas podían engendrar hijos, y los que nacían en su mayoría eran varones, nacían muy pocas hembras, antes no había sido un problema, ahora con las continuas contiendas, cada elfo que caía no había nadie para remplazarlo. Por esa razón los humanos ganaban cada vez mas territorio, era solo una cuestión de números y tiempo, ellos se reproducían continuamente, todos los varones eran actos para todas las hembras, algo que no pasaba con los elfos, llegaría un día en que solo por su número nos vencerían y perderíamos todo por lo que habíamos luchado.
Yan cada día se sentía más muerto por dentro, cada vez deseaba más terminar con su existencia, pero no podía olvidar su juramento a su padre Gann, no podía olvidar que había jurado permanecer vivo el máximo de tiempo y luchar contra los humanos, aun así esperaba que tarde o temprano una flecha se clavara en su cuerpo y consiguiera por fin el tan deseado olvido.



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